FLASH
Ahora tenía que empezar de nuevo. Volver a la selva.
Ahí vería que hacer.
Con la plata que tenía compró un maletín con el logotipo de “Umbro”,
un par de camisas, un jean, zapatillas y cuatro cajitas de calzoncillos. En el fondo del maletín puso el Taurus y en los bolsillos del jean guardó como 30 balas. Lo acomodó todo y agregó galletas de soda, dos botellas de agua mineral y una chata de ron.
Cuando compró el pasaje en la agencia dudó en dar su verdadero nombre. Por si las moscas dijo que se llamaba Domingo Orué, “Como la calle”, bromeó con la chica que escribía en el boleto.
Pagó y se guardó el papel. No le pidieron ningún documento. Total, si el ómnibus se desbarrancaba ya no iban a importar los documentos.
“¿A qué hora sale?” “A las siete.”. Tenía tiempo. Caminó hasta Azángaro y buscó al “Muelas”. Ahí estaba, en su oficinita mugrienta del segundo piso. Pedro Bastidas, “El Muelas” falsificaba a pedido.
“Cuñao, necesito una electoral, pero al toque nomás.” “El Muelas” abrió el cajón de su escritorio, sacó un grupo de libretas nuevecitas y las distribuyó como quien va a jugar cartas.
“Cien por ser tú, Jacuzzi. ¿Tienes foto?” De la billetera, Jacuzzi rescató una foto que se había hecho tomar un día en una máquina automática en San Borja. “¿Qué nombre te pongo?” “Domingo Orué Martínez.” “¡Como la calle, cuñao!” “Para no olvidarme.”
“El Muelas” hizo su trabajo, puso los sellos y con paciencia “envejeció” la libreta sobándola en un pedazo de tapizón gris. Después sacó una esponjita dura, verde y la pasó por los dos lados, levantando un poco de pelusa. Acabó el procedimiento mojándola .
“Ahora la dejamos secar. ¿Quieres una gaseosita?” Era evidente que “El Muelas” quería saber. Aceptó la gaseosa y esperó. “Jodida la cosa ¿no?”, empezó “El Muelas”. “Un poco.” No iba a hablar. “El Muelas” no era cojudo y se dio cuenta de inmediato. Se tomaron la gaseosa y hablaron del calor, de lo dura que estaba la chamba para los “notarios” de Azángaro, de mil cosas que a ninguno de los dos les importaban.
Jacuzzi pagó los cien soles y “El Muelas” le regaló un protector de plástico rojo. “Es la yapa, cuñao” dijo “El Muelas” y desplegó su apodo en una sonrisa.
El ómnibus salió a las siete. En un asiento del medio, Jacuzzi Martínez se iba quedando dormido. Pararon en la garita y dos policías subieron. Uno con perro. “Qué huevones; la merca se trae, no se lleva.” Recorrieron el pasillo, alumbrando con una linterna a la parte de arriba. Entró un teniente pidiendo documentos. Jacuzzi sacó la electoral y la mostró. El teniente ni la miró. Se la devolvió y siguió hasta el fondo. Salieron y el ómnibus arrancó. Faltaban varios controles, pero “El Muelas” había hecho bien su trabajo.
Volvió a dormirse. Lo despertó el frío. Sacó una chompa, se la puso y destapó la chata. A pico se bebió un trago largo. El ron bajó como fuego por la garganta y anidó en el estómago. Se sintió abrigado.
Miró por la ventana y no vio nada. Cerró los ojos y la imagen de Ornella gritándole “¡Quítate, quítate...!” regresó. En realidad estaba ahí todo el tiempo. Cerraba los ojos y la veía caerse, gritando.
Jacuzzi intuía que iba a tener que vivir con ése fogonazo de luz en su cerebro y los gritos.
Después de pasar lo que le parecieron mil controles y de una molienda de huesos por los baches de la carretera, pasaron Huánuco y después de casi cuatro horas y más controles llegaron a Tingo María.
Se fue levantando poco a poco para desentumirse. Cogió el maletín, se lo puso al hombro y esperó pacientemente que la cola avanzara por el pasillo del ómnibus. Los pasajeros se estorbaban unos a otros con costalillos, maletines, bolsas y todo tipo de equipaje imaginable.
Salió al aire que le pareció fresco después de haber respirado durante todo el viaje la atmósfera cerrada y plagada de los olores más disímiles. Ni el calor que hacía sintió.
Ahí nomás lo abordaron. “¿Hotel, míster?” El chico lo miraba esperando un no. “Vamos”, dijo y el chico sonrió y quiso agarrar el maletín. “Lo llevo yo, compadre, aquí hay cosas que tú no debes andar cargando.” Caminaron como seis cuadras y llegaron a una casa vieja, pintada de blanco que no tenía letrero alguno. “¿Hotel?”, preguntó Jacuzzi. “Firme, míster. Es un hotel con estrellas. Bien solapa, por si las moscas...” Jacuzzi le dio dos soles de propina y el chico volvió a sonreír. “¿Quiere que lo guíe a algún sitio, mister? Tingo bonito es.”
Jacuzzi negó con la cabeza y entró a la casa.
1 comentario:
Quien haya escrito esta narración tiene vena y estilo. Si es quien presumo, lo conmino a continuar con ella, pues ha logrado despertarnos el interés y la curiosidad por saber qué sigue. No puedes dejarnos así...
Publicar un comentario