sábado, diciembre 22, 2007

FELICIDADES!!!!

NAVIDAD Y AÑO NUEVO SON FECHAS MÁGICAS
EN LAS QUE SE QUIERE A TODO EL MUNDO
Y SE DESEA A TODOS FELICIDAD.
LA MAGIA Y LA FELICIDAD RESIDEN EN LA SONRISA DE UN NIÑO.
POR ESO QUIERO REGALARTE LA ESPERANZA
QUE SE ADIVINA DETRÁS DE UNA SONRISA INFANTIL.
ASÍ TENDRÁS MAGIA, FELICIDAD Y ESPERANZA
PARA CONSTRUIR UN MUNDO MEJOR.

Con afecto, Manolo.
Diciembre 2007

martes, diciembre 18, 2007

Una nueva historia de Jacuzzi Martínez



FLASH

A Jacuzzi Martínez sólo le quedaba el odio.

Ahora tenía que empezar de nuevo. Volver a la selva.

Ahí vería que hacer.

Con la plata que tenía compró un maletín con el logotipo de “Umbro”,

un par de camisas, un jean, zapatillas y cuatro cajitas de calzoncillos. En el fondo del maletín puso el Taurus y en los bolsillos del jean guardó como 30 balas. Lo acomodó todo y agregó galletas de soda, dos botellas de agua mineral y una chata de ron.

Cuando compró el pasaje en la agencia dudó en dar su verdadero nombre. Por si las moscas dijo que se llamaba Domingo Orué, “Como la calle”, bromeó con la chica que escribía en el boleto.

Pagó y se guardó el papel. No le pidieron ningún documento. Total, si el ómnibus se desbarrancaba ya no iban a importar los documentos.

“¿A qué hora sale?” “A las siete.”. Tenía tiempo. Caminó hasta Azángaro y buscó al “Muelas”. Ahí estaba, en su oficinita mugrienta del segundo piso. Pedro Bastidas, “El Muelas” falsificaba a pedido.

“Cuñao, necesito una electoral, pero al toque nomás.” “El Muelas” abrió el cajón de su escritorio, sacó un grupo de libretas nuevecitas y las distribuyó como quien va a jugar cartas.

“Cien por ser tú, Jacuzzi. ¿Tienes foto?” De la billetera, Jacuzzi rescató una foto que se había hecho tomar un día en una máquina automática en San Borja. “¿Qué nombre te pongo?” “Domingo Orué Martínez.” “¡Como la calle, cuñao!” “Para no olvidarme.”

“El Muelas” hizo su trabajo, puso los sellos y con paciencia “envejeció” la libreta sobándola en un pedazo de tapizón gris. Después sacó una esponjita dura, verde y la pasó por los dos lados, levantando un poco de pelusa. Acabó el procedimiento mojándola .

“Ahora la dejamos secar. ¿Quieres una gaseosita?” Era evidente que “El Muelas” quería saber. Aceptó la gaseosa y esperó. “Jodida la cosa ¿no?”, empezó “El Muelas”. “Un poco.” No iba a hablar. “El Muelas” no era cojudo y se dio cuenta de inmediato. Se tomaron la gaseosa y hablaron del calor, de lo dura que estaba la chamba para los “notarios” de Azángaro, de mil cosas que a ninguno de los dos les importaban.

Jacuzzi pagó los cien soles y “El Muelas” le regaló un protector de plástico rojo. “Es la yapa, cuñao” dijo “El Muelas” y desplegó su apodo en una sonrisa.

El ómnibus salió a las siete. En un asiento del medio, Jacuzzi Martínez se iba quedando dormido. Pararon en la garita y dos policías subieron. Uno con perro. “Qué huevones; la merca se trae, no se lleva.” Recorrieron el pasillo, alumbrando con una linterna a la parte de arriba. Entró un teniente pidiendo documentos. Jacuzzi sacó la electoral y la mostró. El teniente ni la miró. Se la devolvió y siguió hasta el fondo. Salieron y el ómnibus arrancó. Faltaban varios controles, pero “El Muelas” había hecho bien su trabajo.

Volvió a dormirse. Lo despertó el frío. Sacó una chompa, se la puso y destapó la chata. A pico se bebió un trago largo. El ron bajó como fuego por la garganta y anidó en el estómago. Se sintió abrigado.

Miró por la ventana y no vio nada. Cerró los ojos y la imagen de Ornella gritándole “¡Quítate, quítate...!” regresó. En realidad estaba ahí todo el tiempo. Cerraba los ojos y la veía caerse, gritando.

Como en una película, oía los disparos y veía las caras de los rayas. Después había como un flash y se obligaba a abrir los ojos.

Jacuzzi intuía que iba a tener que vivir con ése fogonazo de luz en su cerebro y los gritos.


Después de pasar lo que le parecieron mil controles y de una molienda de huesos por los baches de la carretera, pasaron Huánuco y después de casi cuatro horas y más controles llegaron a Tingo María.

Se fue levantando poco a poco para desentumirse. Cogió el maletín, se lo puso al hombro y esperó pacientemente que la cola avanzara por el pasillo del ómnibus. Los pasajeros se estorbaban unos a otros con costalillos, maletines, bolsas y todo tipo de equipaje imaginable.

Salió al aire que le pareció fresco después de haber respirado durante todo el viaje la atmósfera cerrada y plagada de los olores más disímiles. Ni el calor que hacía sintió.

Ahí nomás lo abordaron. “¿Hotel, míster?” El chico lo miraba esperando un no. “Vamos”, dijo y el chico sonrió y quiso agarrar el maletín. “Lo llevo yo, compadre, aquí hay cosas que tú no debes andar cargando.” Caminaron como seis cuadras y llegaron a una casa vieja, pintada de blanco que no tenía letrero alguno. “¿Hotel?”, preguntó Jacuzzi. “Firme, míster. Es un hotel con estrellas. Bien solapa, por si las moscas...” Jacuzzi le dio dos soles de propina y el chico volvió a sonreír. “¿Quiere que lo guíe a algún sitio, mister? Tingo bonito es.”

Jacuzzi negó con la cabeza y entró a la casa.

lunes, diciembre 17, 2007

ALIENTO...Y MÁS JACUZZI!

Recibo hoy un correo de mi amigo Luis Peirano:

"Estuve encantado de leer la historia de Jacuzzi: Sigue!!!! Quise escribir un
comentario pero no supe como hacerlo bien: Peor con esta maquiona de quimico
frances de origen palpenho loco!
Abrazo grande!

Luis
Luis Peirano"

Él está ahora de vacaciones, en casa de su hijo, en Francia.
Este correo es entrañable, por venir de quien viene (mi amigo de toda la vida) y porque me alienta a seguir. Aquí va una segunda entrega de Jacuzzi. Debo confesar que se han extraviado algunos capítulos que no sé cómo recomponer. Nos perderemos algunas aventuras (o desventuras) del norteño aficionado a la bella Italia...

ODIO

Bajita, greñuda, usaba un overol bolsudo y un polo publicitario en danés que promovía una marca de preservativos, donde lo único inteligible era el falo sonriente que adornaba el diseño.
Jacuzzi Martínez se había enamorado de ella. No sabía muy bien el motivo.
Lo único que sabía es que tenía la voz más sensual del mundo.
Jacuzzi Martínez, en un arrebato tecnológico, se había enamorado por teléfono.


Cuando lo de la moto, había llamado al “maquillador” para ver como iba el trabajo. Le contestó una voz que lo hizo soñar tres noches seguidas con Ornella Muti. Pero no se atrevía a ir. Primero, porque era muy pronto y podían chaparlo. Segundo, porque se moría de miedo de ver el rostro que correspondía a la voz.
Finalmente, el sábado se echó medio frasco de “Piove”, un alternativo de once soles; se puso las medias blancas de nylon, los mocasines de gamuza color arena y con la camisa del caballito que había comprado en las carretillas de ropa usada en Grau y un pantalón negro, decidió presentarse donde el “maquillador”, ver la moto y a la chica del teléfono.


Llegó al portón de calamina, donde un 232 aparecía borroneado con tiza. Tocó y dentro empezó a ladrar un perro. Volvió a tocar. Detrás de la calamina, sobre los ladridos, oyó la voz de Ornella Muti, que gritaba tratando de callar al perro. Sintió que le sudaban las manos y se las pasó por el pelo.

“Está el maestro?”, preguntó Jacuzzi. El portón se entreabrió y Yaniré Malca Ojeda hizo su entrada en la vida de Jacuzzi Martínez, bajo el nombre glorioso -e italiano- de Ornella.

“Quien?” “El maestro; el Pollo”, articuló Jacuzzi con la emoción de hacer hablar más a esa voz que le hacía sentir que tenía las orejas a la altura de la bragueta. “De parte…?” “Soy un amigo”, dijo cauteloso. “Tú debes ser el de la moto. Pasa nomás, mi primo está al fondo. El perro no muerde.”

Jacuzzi sonrió y se deslizó por la abertura del portón. Dentro, un canchón lleno de llantas, pedazos oxidados de carrocería, asientos de auto destripados y basuras variadas, antecedía al cuarto de adobe con techo de cartones, delante del cual “El Pollo” trabajaba en la moto.
Caminó sorteando los obstáculos, aturdido por los ladridos del perro que le daba vueltas a prudente distancia y por el ruido del compresor. “Perro maricón, acércate y te meto un puntazo”, pensó Jacuzzi.
“El Pollo” estaba sólo con un short que había sido blanco y sayonaras. Pintaba la moto que ahora parecía otra. Le había hecho una carrocería de fibra que la volvía irreconocible. Un tigre, “El Pollo”. Dejó el soplete y con un movimiento del pie apagó el compresor.

“Hola, Jacuzzi. Ya está casi. Mañana te la llevas. Quedó firmeza, no?”
Había que reconocer que ni el muerto hubiera reconocido a esta máquina sin marca. “Le borré todos los números y le puse una plaquita que me recursié. “Ahora es una Gilera, como querías.”
Jacuzzi Martínez miró otra vez a la moto y haciéndose el cojudo le preguntó por la chica.

“Yaniré es mi prima. Me ayuda con el teléfono. Tú sabes que es una vaina que te encuentren fácil. Uno tiene que darse su distancia, pa’ poder demostrar que está ocupao".

“A qué hora vengo mañana?” . “Puta, Jacuzzi, mañana es domingo! No, vente pasado. Como a las once. Es que a la noche tengo una chambita que se tira pa’ largo y mañana voy a estar jato.”

La chica salió . Caminaron juntos unos pasos y Jacuzzi le dijo que la invitaba al cine esa noche: “Si quieres, vengo por ti” . Ella lo miró y se rió: “A mí? “ Jacuzzi puso su cara aprendida en las viejas películas de Rossano Brazzi y sonriendo de medio lado movió la cabeza: “Si no quieres…” Yaniré vio escaparse la oportunidad y de pronto se volvió tímida: “Pero yo no vivo aquí. Mi casa está en Breña, por Chamaya…” “Apúntame la dirección y paso como a las seis.”

Regresó con un papelito con la dirección escrita a lápiz. Jacuzzi lo guardó en la billetera y dijo chau. Salió, caminó unos pasos y al voltearse vió que Ornella estaba todavía en el portón. Le hizo adiós con la mano y regresó al hostal.

A las seis en punto la recogió, fueron al cine a ver “La jaula de las locas” y mientras ella se reía a carcajadas, Jacuzzi la miraba, reconociendo en esa risa muchas de sus fantasías sexuales.
Al terminar la película entraron a una pollería y comieron comentando.


“Tienes algo que hacer?, Te invito a bailar.” Se metieron a un Tico y acabaron sumergidos en la bulla y las luces de una discoteca en La Marina. Jacuzzi bailaba con estilo. Ella estaba como abstraída, llevando el ritmo con la cabeza, dejándose llenar por la música.
Se empilaron con un par de rones y después chelas hasta las cinco
Mojados de sudor, un VW los llevó hasta el “D’ Carlo” . Allí, Jacuzzi Martínez terminó de enamorarse. En la cama, Yaniré resultó más Ornella que nunca.

Hicieron el amor como si fuera a terminárseles el mundo. Se quedaron dormidos y a las cuatro de la tarde salieron con hambre. Unos jugos y dos panes con chicharrón los dejaron como nuevos.
Jacuzzi la llevó a su casa: “Mañana voy. Chau, Ornella.” “Quien?”, dijo ella. “Tú eres Ornella. Un día te cuento.” Ella se quedó pensando, decidió que Jacuzzi se acordaba de otra chica y sintió una especie de hueco en el estómago.


Al día siguiente, Jacuzzi salió temprano y buscó un bazar. Compró una cadenita y un conejo azul de peluche. Lo hizo envolver y se metió la cadenita en el bolsillo de la camisa.
Al llegar al portón, vio que estaba medio abierto. Entró. Al fondo estaba la moto, roja, brillando.

Llamó al Pollo, pero nadie contestaba. Ahí fue que se dio cuenta que no estaba el perro.
De pronto, del cuarto de adobe, Ornella salió gritando como una loca: “Quítate, es una trampa, quítatate! “ Detrás de ella venían dos hombres gritando y carajeando: “Quieto, cojudo!” “Esta maldita nos jodió todo!” “No te muevas o te quemamos!”

Jacuzzi corrió y de reojo vio que Ornella corría hacia él: “Quítate, quítate!”
Cuando llegaba a la puerta oyó el estampido de un disparo. La adrenalina lo invadió y aceleró apretando instintivamente el paquete con el conejo de peluche. El grito de la mujer lo paró en seco. Adentro, Ornella estaba en el suelo y los rayas se habían agachado. “La cagaste, la cagaste” gritaba uno.

Corrió de nuevo, tiró el paquete y se subió a un micro a la volada.
Miró por la luna de atrás y vio a los policías que salían por el portón.

Se sentó, sudando. Felizmente el billete lo tenía…No lo tenía! : Estaba en el hostal.

Se bajó del micro y corrió a un teléfono público. Marcó el número y estaba ocupado. Volvió a marcar y contestó una voz rara. Colgó. Volvió a marcar. Contestó la misma voz.No podía volver al hostal. Había perdido la “merca”, el billete y todas sus cosas. Buscó otra moneda. Ya no tenía. Buscó en el bolsillo de la camisa. Solo encontró la cadenita. La sacó y se la puso.

Jacuzzi Martínez lo había perdido todo. Sólo tenía precio y ahora, además, odio.


sábado, diciembre 15, 2007

Después de mucho tiempo....

Aquí regreso y actualizo lo que fue mi primer blog.
El otro es http://manolosblog-manolo.blogspot.com/
Ahora tengo otros dos activos (uno bastante nuevo), ambos de este año 2007:
http://manoloprofe.wordpress.com/
http://dixitcomunicacion.wordpress.com/

Lo interesante es que me permitirá escribir para diferentes intereses.
De pronto sería mejor tener uno o dos, pero como dicen que los blogs no desaparecen nunca de Internet, no me gustaría, antes de tiempo, quedar como una pieza de museo o como un papel olvidado en un cajón del escritorio.

Por éso la actualización de este blog que busca ofrecer un poco de las cosas que escribo. Ficciones, le llaman. Antes no tenía el tiempo, pero ahora voy encontrando espacios y como a los lectores de manoloprofe puede no gustarles lo que escribo ficcionadamente, prefiero no espantarlos y que vengan por aquí.

Como ven (a los que por alguna extraña razón reincidan en un blog de nombre complejo) he cambiado el motivo gráfico. Es una bahía. De aquí zarpan mis ideas y espero que otras lleguen hasta aquí. No garantizo el desembarque, pero sí la llegada.

Bueno, menuda tarea me espera. Es lo que busco. No puedo descansar mucho, porque me siento inútil.
Seguiremos y con mucha más coherencia, lo prometo.